El accidente produjo la paralización de los vuelos durante 32 meses. El siguiente lanzamiento de un transbordador no se produciría hasta el 29 de septiembre de 1988. La NASA ordenó la construcción de un nuevo transbordador para sustituir al malogrado Challenger; éste sería finalmente el Endeavour, que voló por primera vez el 7 de mayo de 1992. El presidente Reagan creó un grupo de expertos encargados de analizar el accidente, la Comisión Rogers.
La comisión determinó que la organización y sistema de toma de
decisiones de la NASA había contribuido sustancialmente al accidente.
Los directores de la NASA tenían conocimiento desde 1977 de que el diseño de los cohetes aceleradores sólidos del contratista Morton Thiokol tenía un defecto potencialmente catastrófico en las juntas tóricas, pero no lo habían resuelto adecuadamente. También ignoraron las advertencias de ingenieros sobre los peligros en el lanzamiento provocados por las frías temperaturas
de aquella mañana y no habían informado adecuadamente a sus superiores
de estas preocupaciones. La Comisión Rogers hizo nueve recomendaciones a
la NASA que había que poner en práctica antes de continuar los vuelos
de transbordadores.
Mucha gente vio el lanzamiento en directo, ya que en la tripulación iba Christa McAuliffe, la primera miembro del Proyecto Teacher in Space.
La cobertura de los medios de comunicación sobre el accidente fue
extensa: un estudio reveló que el 85 por ciento de los estadounidenses
interrogados había oído las noticias durante la hora posterior al
accidente. El accidente del Challenger ha sido utilizado como caso de
estudio en muchas discusiones sobre la seguridad en ingeniería y la
ética.